martes, noviembre 06, 2007

Colón y la historia de la Tierra plana (acerca de Lactancio)

Una de las objeciones que se presentó contra Colón en el Consejo de Salamanca estaba basada en Lactancio, específicamente es un argumento, de naturaleza retórica, contra la existencia de los antípodas. Dice así:
La idea de la redondez de la tierra, añade, fue la causa de inventar esta fábula de los antípodas con los talones por el viento; porque los filósofos que una vez han errado, mantienen sus absurdos, defendiéndolos unos con otros.
La utilización de este argumento es un hecho anecdótico, porque al haber sido Lactancio un escritor apologético, sostuvo un criterio de demarcación entre el conocimiento y el absurdo, entre el conocimiento salvífico y el que condena al hombre, que choca directa y abiertamente contra la mentalidad moderna. Los sabios del Consejo de Salamanca podrían haber utilizado muchos otros argumentos de Lactancio con la misma finalidad, porque en definitiva el propósito de este autor es desvalorizar el conocimiento del mundo natural, en razón de que este conocimiento —en aquella época comúnmente puesto en boca de los filósofos, hoy estaría en los labios de los científicos— es con frecuencia incompatible con el religioso o cuando menos irrelevante para la finalidad salvífica del hombre: no es un conocimiento propiamente dicho sino un absurdo, como es absurda la finalidad de los que lo buscan y difunden.

Thomas Mann, en La montaña mágica, describió esta lucha de mentalidades —entre la escolástica y la moderna— que resume en el enfrentamiento entre figuras tan emblemáticas como Ptolomeo y Copérnico. A modo de ilustración copio un párrafo del argumento de Naphta, el defensor de la postura medieval, que se destaca por su claridad:
Es verdadero lo que conviene al hombre. En él toda la naturaleza se halla concentrada, él sólo ha sido creado en toda la naturaleza, y toda la naturaleza ha sido hecha para él. Él tiene la medida de las cosas y su salvación es el criterio de verdad. Un conocimiento teórico que no se refiriese prácticamente a la idea de salvación del hombre se hallaría tan completamente desprovisto de interés, que sería preciso negarle toda verdad y negarse a admitirlo. Los siglos cristianos estaban completamente de acuerdo sobre la insignificancia de la ciencia natural en lo que se refiere al hombre. Lactancio, que Constantino el Grande dio como preceptor a sus hijos, preguntó abiertamente qué clase de beatitud se aseguraría por saber dónde se halla la fuente del Nilo o lo que los físicos decían sobre el cielo. Si ha sido preferida la filosofía platónica a cualquier otra es porque no tenía por objeto el conocimiento de la naturaleza, sino el conocimiento de Dios. Puedo asegurarle que la humanidad se halla en camino de volver a ese punto de vista y darse cuenta de que la tarea de la ciencia verdadera no es la de correr en pos de conocinientos funestos, sino la de eliminar sistemáticamente lo que es perjudicial o sencillamente insignificante desde el punto de vista de la idea, en una palabra: de dar pruebas de tino, de mesura y de saber elegir. Es pueril creer que la Iglesia se ha encargado de la defensa de las tinieblas contra la luz. Ha tenido tres veces razón al declarar culpable un conocimiento que tuviese la pretensión de ser no hipotético, es decir, un conocimiento que desdeñase tener en cuenta el elemento espiritual y el último fin, que es la salvación. Y lo que ha sumido y sume al hombre en las tinieblas, es, por el contrario, la ciencia natural «sin premisas» y antifilosófica.