jueves, febrero 17, 2005

En busca de la caverna perdida

Mis amigos sofistas quieren irse de vacaciones, algo bastante comprensible en esta época del año. Sin embargo, lo que resulta un tanto extraño es qué quieren hacer en sus vacaciones.

Al principio dijeron que querían irse de vacaciones a Grecia, en donde tenían planeado montar una expedición para buscar las fuentes del río que le sugiriera a Heráclito su filosofía del devenir.

Con Esceptición el incrédulo tratamos de hacerles ver que el río al que Heráclito se refería era un río mítico —cualquier río podría ser ese río—, pero nuestro argumento no los convencía. Tuvimos más éxito con un segundo argumento, en el que sostuvimos que además de ser mítico, el río de Heráclito nunca podría ser igual a sí mismo. Sería un río siempre cambiante y todos los ríos cumplen con ese principio.

Ante el virtual fracaso del plan anterior, mis amigos sofistas planearon una segunda expedición. Esta vez querían descubrir la caverna originaria de Platón; sí, nada menos que esa, la que inspiró a Platón su conocida alegoría. Esta última expedición está retrasada, pues todavía están discutiendo adónde ir exactamente: no les queda muy claro si la caverna originaria se encuentra en este mundo, en el paisaje de Grecia que todos conocemos, o en el mundo de las ideas. Y que yo sepa, no hay pasajes para el topos ouranos.

No creo que lleguen a un acuerdo.